sábado, 31 de octubre de 2009

LAS MANCHAS DEL TITICACA


Es el lago navegable más alto del mundo, tiene su mitología bien guardada. De ahí su concepción de lago sagrado para los pobladores del altiplano andino. El pueblo inca dejó testimonio que en tiempos antiguos fue allí donde había construído una ciudad que los dioses mandaron inundar. Se habla que en el interior del lago se esconden todavía sus restos.

La conocida mancha verde que existe en el lago es producida por la lenteja de agua y otras plantas acuáticas que son bioindicadores de contaminación y que van creciendo exponencialmente, cubriendo toda la superficie del agua debido a la excesiva concentración de fosfatos y nitratos. Las plantas, al cubrir la superficie, ocasionan la muerte de los peces y la vida acuática que se encuentra bajo la superficie, es decir, de las especies endémicas y únicas del lago sagrado. Esto, a su vez, ocasiona un tremendo mal olor y que las aguas pierdan su capacidad de renovación, es decir, que el lago vaya muriendo.

La bahía de Cohana y los alrededores de Puno son las zonas más contaminadas del Titicaca, pero en todas sus orillas el lago está sufriendo una constante contaminación, tanto por las aguas servidas como por los desechos de la minería ubicada en sus alrededores y los afluentes.
Es cierto que la bahía interior de Puno representa sólo el 0,19% del área de todo el lago, sin embargo este hecho se condiciona como una amenaza creciente, ya que en la actualidad aún no se cuenta con un sistema de tratamiento eficaz de aguas urbanas. Otra zona peligrosamente afectada por la contaminación viene a ser la desembocadura del río Coata, que trae consigo también aguas cloacales y residuos industriales procedentes de Juliaca.

Similarmente en cercanías al sector Ramis de la Reserva, en el distrito de Pusi, se tienen un alto riesgo de contaminación química debido a la presencia de pozos de petróleo deficientemente sellados, los cuales evacúan constantemente aguas salitrosas, petróleo crudo y otras sustancias tóxicas directamente al lago. Los efectos más evidentes hasta el momento son la salinización de tierras adyacentes, pérdidas de áreas de uso agrícola, deterioro del hábitat acuático y consecuentemente de los recursos y de la flora y fauna silvestres.

Hay acciones diversas que pretenden impedir, o al menos atemperar, esta realidad y la última fue fruto de un proyecto en común de las fundaciones Chijnaya (del norteamericano Ralph Bolton) y la asociación aymara Suma Marka. Tras dos años de preparativos, ambas entidades lograron convocar a medio centenar de personas, entre estudiantes, guardas comunales de la reserva del Titicaca y miembros de otras organizaciones ecologistas, para iniciar un proceso de sensibilización.

Sapos autóctonos (llamados comúnmente Ranas Gigantes) o las keñolas (aves acuáticas) están siendo las primeras víctimas de un proceso de exterminio que se acelera. Además de la contaminación del agua y del uso de redes pesqueras (letales para aves endémicas como el Zambullidor), el principal factor de este hecho es la quema indiscriminada de la totora, la planta típica del lago con la que se da de pasto al ganado e incluso se construyen las famosas islas flotantes de los Uros.

Una gran parte del lago (especialmente la que afecta la zona de la Reserva Nacional) tiene como estructura natural los totorales, conformando una inmensa alfombra verde que alberga más de 60 especies de aves y ofrecen sustrato a muchas formas de vida acuática entre las que destacan peces, anfibios e innumerables organismos invertebrados.

La quema de totora es una práctica ancestral que desde hace siglos practican los agricultores y pobladores de la zona para acelerar el proceso de rebrote. Pero además de la polución que ocasiona el humo de estas quemas, ello impide la correcta reproducción de muchas aves. El totoral alberga gran número de especies de avifauna, les proporciona alimento, refugio contra la depredación y el clima, hábitat para la nidificación y constituye el sustrato y medio de protección de huevos y estadios juveniles de peces y anfibios. Sin la totora, todo ello se echa a perder. Estas quemas, añadidas a la caza furtiva, podría generar alteración de ecosistemas y aparición de plagas con la subsecuente disminución de ingresos de los que se sirven de este recurso.

La quema de totorales es ocasionada por los comuneros que viven dentro y fuera de la Reserva Nacional del Titicaca por una práctica equivoca de querer mejorar este recurso eliminando miles de nidos y destruyendo la biodiversidad. Pero otras comunidades optan por su simple extracción. Muchos pobladores salen temprano de sus casas, cuando todavía no ha salido el sol, algunos cargados con botellas de alcohol puro para combatir el frío, y llenan sus botes hasta la saciedad con totora fresca para la construcción de sus viviendas, el reforzamiento de islas flotantes, la confección de las balsas de totora, forraje para ganadería y artesanía.


(Carlos Aguilar Ávila)

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